Consuelo Vallina
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      • 2018 | Oro de la Tarde
      • 2015 | Viaje al Invierno
      • 2015 | Ciclos
      • 2010 | Raíces en el Viento
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      • 1983 | Museo de Bellas Artes
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      • 2012 | Raíces en el Viento
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Consuelo Vallina

Críticas

  • Ramón Rodríguez - Pasión y perseverancia [2018]
  • Ángel A. Rodríguez - Desde el frío invierno [2015]
  • Regina Rubio · Forma y color [2015]
  • Soledad Álvarez - Universidad de Oviedo [2015]
  • Luis Feás · La alegría del blanco, el resplandor de la nieve [2015]
  • Juan Carlos Gea · El invierno benigno de Consuelo Vallina [2015]
  • Ovidio Parades - Sándalo en la memoria [2011]
  • Jaime Luis Martín · El valor de lo manual [2010]
  • Luis Feás · Redescubierto el placer de pintar [2009]
  • Luis Feás · Vallina, retales de Colores [2009]
  • Juan Carlos Gea · Mapas de lo aprendido [2009]
  • Juan Carlos Gea · Un canto del hacer/un cuento del hacer [2009]
  • Javier Hernando Carrasco - Los estratos de la pintura [2009]
  • Luis Feás · Luces y formas de Consuelo Vallina [2006]
  • Rubén Suárez · Consuelo Vallina, una armónica sonoridad del color [2006]
  • Eleanor Kennelly · The Washington Times [2004]
  • Juan Benito Argüelles · El lenguaje de una pintora [2000]
  • Ramón Rodríguez - Pasión y perseverancia [2018]

    El goteo del agua hace un hueco en la roca,
    no por la fuerza sino por la persistencia.
    Ovidio

    Consuelo Vallina (Ribadesella, 1941), ciertamente, es eso: pasión y perseverancia. En un texto anterior –tan anterior que ya han pasado 35 años desde entonces- decía a propósito de los tapices que entonces exponía en la vieja Casa de Cultura de Avilés que no eran otra cosa que pinturas realizadas con materiales textiles y que lo hacía al igual que otros pintores informalistas podrían valerse de arenas, maderas, cartones, metales o sacos. Consuelo, no nos quepa duda, es pintora desde que acabados sus estudios en la Escuela de Artes y Oficios Artísticos de Oviedo comienza una andadura profesional que, desde su primera individual en la Galería Tassili en 1978, la ha convertido en una de las artistas asturianas que más trabajo de investigación ha desarrollado en el último cuarto del siglo XX y el primero del siglo XXI. Siempre dentro del campo de la no figuración, por más que sus primeras pinturas tuviesen un vago trasfondo objetual, ha experimentado en los campos del tapiz, del grabado, y de la cerámica, sin que queramos olvidarnos de aquella su etapa de elaboración del papel que era, al mismo tiempo, soporte y obra.

    Nos encontramos ante una artista que no se conforma con lo superficial, que no sigue caminos trillados, que no se acomoda ni como artista ni como mujer; por el contrario, sin desánimo y sin desaliento, busca bajo los múltiples obstáculos ese resquicio que parece no existir y que conduce hasta la consecución de lo perseguido. Y lo hace, ya lo hemos constatado en las distintas etapas de su trayectoria, no sin riesgo, no sin sufrimiento, no sin –permítaseme un juego de palabras con su nombre- desconsuelo ante situaciones que no le gustan. Y ha venido haciéndolo buscando perfeccionar su lenguaje plástico unas veces con maestros directos o entrevistos como María Asunción Raventós o Magdalena Abakanowicz, en ocasiones en centros de enseñanza como la Escuela Internacional de Gráfica de Venecia o la Escuela Municipal de Cerámica de Avilés. Con todo queda claro que Consuelo Vallina no es una advenediza y que, en momentos como los actuales en los que parece estar mal visto no ser un artista joven, su veteranía y su constancia deberían ser ejemplos a seguir. La pasión es un componente esencial en su obra; la perseverancia, ella lo demuestra, no es una carrera larga sino muchas carreras cortas una tras otra.

    Y llegamos al momento actual en el que la artista, según sus propias palabras, se mira en los poemas de muy diversos autores que “hablan de una luz tenue, con muchos matices, cercana a la de las obras de Caspar David Friedrich y William Turner, del paisaje del Norte, del viento y del mar”. Agrupadas en una extensa serie bajo el título Oro de la tarde nos hacen recorrer la superficie de la tela siguiendo, casi siempre, un movimiento circular ya presente en series anteriores como Ciclos, Viaje al invierno y De luces y poemas realizadas en apenas los tres últimos años pero que han evolucionado, diría que simplificado. Y ya que se habla del influjo de la poesía en su obra, aquel resquicio entre dificultades al que antes me he referido se nos aparece como la esencialidad de un haiku. De estas últimas obras ha desaparecido, mejor se ha velado, la saturación del color; del mismo modo que las referencias vegetales tan presentes en Raíces en el viento han luchado para no extinguirse aunque, finalmente, la luz vespertina las ha apagado.

    Debo citar, de nuevo, palabras de la artista para mejor expresar su obra: “debajo de la materia introduzco otras capas sutiles como memoria de esa luz”. De esa luz mortecina, añado, porque todo es una articulación entre la materia –costras, nódulos, salpicaduras, chorretones- y el cromatismo. Aurelio González Ovies lo expresa bien en uno de los poemas que le ha dedicado:

    Sobre la encrucijada del alba y la ternura
    y las manchas del aire libre y puro
    que Consuelo refracta
    y enhebra
    y pulimenta…

    Refracción como fenómeno luminoso, enhebrado como composición, pulimento como veladura y en eso consiste una pintura fluida pero tensa, arriesgada pero segura, nueva pero enraizada que ha llegado a este estadio porque su creadora sabe lo que quiere y cómo llegar a lo que quiere.

    En la visita a su estudio Consuelo nos habló, como referencia, del artista chino Cai Guo-Qiang y de la fuerza de sus creaciones con pigmentos y pólvora. No le hace falta a ella recurrir a ese producto pirotécnico porque la explosividad la lleva implícita en ese no rendirse jamás y en ese buscar salidas, en ese conseguir prórrogas –bien sabe por qué se lo digo- hasta lograr un cambio. Siempre hemos creído que la poesía puede cambiar el mundo; pensemos que la pintura, esa manifestación artística que para algunos lleva tantos años moribunda aunque no acaben de enterrarla, también. Si unimos ambas, poesía y pintura, palabra y color, tal como hace Consuelo Vallina desde su pasión y perseverancia, seguramente será factible ese cambio. Una gota de agua puede horadar una roca, tan solo se necesita tiempo. Persistencia. Pasión. Y perseverancia.

  • Ángel A. Rodríguez - Desde el frío invierno [2015]

    El Comercio 14/11/2015

    Vuelve Consuelo Vallina (Oviedo 1942) a una galería asturiana para presentar sus trabajos, inspirados en esta ocasión en los paisajes norteuropeos y el cielo invernal de Berlín, donde en los últimos años acude con frecuencia por motivos familiares. Lejos de aquellos tapices en alto lizo y de sus conocidas obras sobre papel hecho a mano, la pintora asturiana se enfrenta en estos últimos años al lienzo desnudo proyectando su sensibilidad poética hacia estas nuevas telas.

    La galería Amaga, en Avilés, alberga una docena de cuadros en medio y pequeño formato de Consuelo Vallina que mantienen la línea abierta en sus últimas individuales asturianas, con la galería Gema Llamazares de Gijón y Guillermina Caicoya de Oviedo. Se advierte en sus composiciones un interés mayor por la esencialidad, por el despojamiento y la espiritualidad, abandonando las texturas empastadas y las superficies matéricas de experiencias anteriores para diluir los pigmentos en leves manchas de colores puros que configuran universos de apariencia galáctica y mantienen también la energía rítmica de antaño.

    INSTANTES BERLINESES

    Uno de los pintores emergentes mas demandados por el coleccionismo español en el último lustro, Secundino Hernández , decía recientemente en una entrevista que pintar en Berlín se había convertido “en un ejercicio alejado de toda inercia”. Hay cierta sintonía entre los vacios de las grandes telas del joven madrileño y estas pequeñas joyas de Consuelo Vallina, como si la autenticidad berlinesa impregnase de frío y de sobriedad a todos aquellos pintores que habitan la ciudad alemana.

    Esta renovada madurez de la veterana pintora constata su obsesivo interés por las calidades plásticas y por cierta huella histórica que entronca con el expresionismo y la abstracción lírica.

    Color, luz y contraste bajo un instinto heredero del simbolismo medieval, del informalismo español y de los grandes maestros norteamericanos de la segunda mitad del siglo XX, que la pintora reconvierte mediante juegos cromáticos donde el soporte es hoy una parte fundamental, como la delicadeza o el trabajo en series temáticas.

    Loa Gestos de Consuelo Vallina atesoran grafías orientales, en un conjunto donde cada unidad se alimenta de sus relaciones intimas con el resto de las piezas. En ocasiones emergen líneas, como una suerte de estampas circulares o huellas de objetos que redefinen el sentido de la Naturaleza de manera simbólica y pausada.

  • Regina Rubio · Forma y color [2015]

    La Voz de Asturias 20/01/2006

    La última producción pictórica de la artista asturiana Consuelo Vallina (Ribadesella, 1941), consiste en una serie que consta de 22 obras- de las que se han colgado 20- , de tres formatos diferentes: 130x 130 cm., 80×80 cm. y 32×27 cm.

    Predomina, por tanto, el formato cuadrado. El montaje es muy limpio, con los lienzos sin enmarcar sobre paredes blancas, desnudas y con una iluminación adecuada, todo ello transmite serenidad y facilita la contemplación se las obras. La circulación en el espacio tampoco se ve estorbada por elementos extraños.

    La artista, pintora, escultora, ceramista y grabadora, al contrario que en obras anteriores, ha optado en esta ocasión por mantener como fondo el lienzo blanco, lo que presta una mayor nitidez y visibilidad a las composiciones. Así, los colores y las formas se expanden libremente por el lienzo. Mediante la conjunción de unos y otras, y mediante el recurso a la abstracción lírica, consigue acercarnos a la naturaleza. Según sus propias palabras…”En colorido, es mi exposición más cercana a Asturias, parto de la naturaleza”.

    En cuanto a las formas, parte del círculo y las redondeces, combinadas con potentes trazos verticales. A ello se une el empleo del color: colores fríos que expresan el letargo de la naturaleza, y en otras obras tonos más cálidos- verdes, marrones, ocres- que representan la eclosión. En ocasiones las pinceladas, combinadas con vertidos, son densas, parecen contener materia, nuestros ojos parecen palpar más que ver lo allí plasmado.

    Nos hace vislumbrar en los lienzos formas que hemos visto en la naturaleza: troncos, ramas, brotes, líquenes. Este reconocimiento de elementos naturales produce una sensación de calidez y armonía, estamos en un mundo que conocemos bien. Y ello, porque es la propia artista la que nos transmite su conocimiento y amor a la naturaleza; es una naturaleza sentida y vivida desde siempre.

  • Soledad Álvarez - Universidad de Oviedo [2015]

    Conozco y sigo la obra de Consuelo Vallina prácticamente desde sus inicios, lo mismo que su compromiso en la defensa del arte como profesión. Compromiso que en el propio taller se traduce en una actitud de búsqueda permanente, de revisión y análisis que no rehúye el riesgo en la exploración de nuevas soluciones expresivas. Por ello, no me ha sorprendido el carácter novedoso de su pintura más reciente.

    Pintura cada vez más depurada, en el camino de la esencialidad, pero dotada de la característica fuerza expresiva que la forma y el color aportan a su personal lenguaje.

    Forma conseguida a través de trazos y manchas de una espontaneidad cuidadosamente calculada.

    Cromatismo que no renuncia a la calidez tradicional de su paleta, pero con mayor contención que en series anteriores.

    Carácter eminentemente orgánico en su conjunto: formalización circular de la mancha; caprichosa densidad del color en ritmos crecientes y decrecientes; dinamismo, fluidez, continuidad, mutación, fragmentación… conceptos todos presentes en los ciclos naturales, que, en esencia, constituyen el fundamento de toda su producción artística.

    Producción caracterizada por la sinceridad y la autenticidad, consecuencia de la profunda vivencia del entorno, de una naturaleza sentida, interiorizada y poetizada, primero. Intervenida al manipular la materia en los trabajos con el papel o el tapiz, después. Y recreada ahora con un personal discurso pictórico, que en su abstracta formalización y con un lenguaje sugerente y de gran belleza nos remite a la energía, el enigma y la sensualidad consustanciales a lo vital y lo natural.

    Soledad Álvarez
    Catedrática Historia del Arte
    Universidad de Oviedo

  • Luis Feás · La alegría del blanco, el resplandor de la nieve [2015]

    En la vida todo son ciclos y, de un tiempo a esta parte, Consuelo Vallina ha recuperado el placer de pintar, la alegría del lienzo en blanco, la sensación de crear desde la nada. Antes ella misma se preparaba los soportes rugosos de fibra de algodón, que teñía con llamativos pigmentos que le servían para estructurar campos de color sobre los que entretejer signos enigmáticos.

    Posteriormente ha preferido manchar, extender, velar y opacar directamente sobre el lienzo, superponiendo capas de pintura para construir poco a poco e intuitivamente, como hacía en sus orígenes. Sus más recientes exposiciones han ido marcando las etapas de un viaje que ahora alcanza su invierno en la galería Amaga de Avilés. No es una estación de llegada. Su espíritu todavía se debate entre el resplandor de la nieve y la melancolía de la música de Schubert y la suya es una sinfonía inacabada que aún ha de dar las mejores notas.

  • Juan Carlos Gea · El invierno benigno de Consuelo Vallina [2015]

    El Comercio 14/11/2015

    La pintora ovetense inaugura el viernes en la galería Amaga de Avilés su nueva individual, ‘Viaje en invierno’, en la que recupera la espontaneidad de su primera pintura.

    Algunas de las desgarradoras situaciones descritas por Wilhelm Müller en los versos de su Viaje en invierno, que Schubert inmortalizó en forma de lieder, aparecen en la invitación a la nueva muestra individual de Consuelo Vallina. Eso podría dar una impresión inexacta sobre la naturaleza de la obra reciente de la pintora ovetense, que si puede compartir con los versos de Müller y las composiciones de Schubert el lirismo, y también una paleta delicadamente invernal. Pero no hay desgarro ni dolor en parte alguna. Todo lo contrario. La obra que inaugura este viernes en la galería Amaga de Avilés está llena de una serena jovialidad y de una fuerza que es más bien primaveral que otra cosa.
    Porque, como ya mostró en su anterior individual y como hace notar el crítico Luis Feás en sus palabras para el catálogo, Vallina regresa en estas obras a un modo de pintar que tiene que ver con sus inicios. Durante muchos años, la pintora ha convertido en su rasgo más personal una forma de trabajar espontánea y fluida en el concepto, pero muy laboriosa en la ejecución, con soportes artesanalmente elaborados que añadían un componente de riqueza táctil a sus pinturas. La presencia de la materia y la combinación de composiciones geométricas, colores vivos y cálidos y expresividad en los signos ha dejado paso a una forma de trabajar más directa y orgánica, con formas mucho más desdibujadas y una paleta más suave y apagada, pero mayor libertad y soltura.
    De su serie anterior, Ciclos, se mantiene la presencia de un patrón circular, pero a menudo incompleto, en espacios donde el color fluye y se adensa, superponiéndose en capas. En ese trabajo, Consuelo Vallina alterna igualmente la precisión y el hallazgo, la búsqueda concreta y el azar. El resultado es sugerente y tan cálido como un invierno benigno, de los que nada tienen que ver con los padecimientos del pobre enamorado de Müller y Schubert; de esos inviernos que en ningún momento dejan olvidar que el ciclo de la vida sigue y hay semillas esperando bajo la nieve.

  • Ovidio Parades - Sándalo en la memoria [2011]

    SÁBADO, 1 DE ENERO DE 2011

    SÁNDALO EN LA MEMORIA

    La mujer de ahora, tiempo atrás, era una niña imaginativa que recibía abanicos de regalo por parte de aquellos familiares que, como tantos de nuestros antepasados, se habían ido a buscar la vida a Cuba. Eran abanicos delicados, de diferentes tamaños y colores, siempre con las sensuales reminiscencias y el dulce olor del sándalo, que ella conservaba como preciados y delicados tesoros en un lugar secreto de su cuarto.

    Me imagino a aquella niña, en la penumbra de su habitación, cuando todos dormían, sacando aquellos abanicos de aquel rincón secreto, acariciando su fina textura, abanicándose suavemente y soñando bien despierta con (casi) todas las posibilidades que le ofrecería el mundo.

    La niña fue creciendo y se convirtió en una mujer entusiasta por el arte, estudiosa, trabajadora y creativa, muy creativa. Se libró de ciertas ataduras que, entonces, en este país, aún impedían a las mujeres desarrollarse plenamente como personas y como artistas.

    Y viajó por todo el mundo, siendo muy consciente de que eso, viajar, conocer otras formas de vida, otras tierras, otros cielos, otros olores y otras culturas, es lo más importante para la creatividad y para ser una persona abierta de mente, comprensiva con el otro, cercana y afable.

    Muchos de esos viajes quedaron, como es lógico, plasmados en su extensa obra. Una obra que, como toda buena creación, ha ido evolucionando, renovándose, pero siempre manteniendo el espíritu fiel de quien tiene un mundo propio, variado y riquísimo. Un mundo colorista labrado con el talento innato y con las muchas horas de esfuerzo, dedicación, estudio y trabajo. Que las musas siempre te pillen trabajando, como decía lúcidamente aquel poeta.

    Ahora, esa mujer, Consuelo Vallina, nos presenta algunos de sus últimos trabajos. Una serie de bellísimas linografías con el recuerdo de aquellas formas orientales que estaban estampadas en aquellos abanicos que recibía de la lejana Cuba, siendo aún una niña, entremezclados con esos otros recuerdos -vivísimos- de aquellos viajes por África, siempre tan presentes en toda su obra.

    El olor de la tierra o de la lluvia, las estrellas de aquellos cielos nocturnos que casi podían tocarse con las yemas de los dedos, los colores brillantes y luminosos de las gentes y sus ropajes, las sonrisas de aquellas mujeres, las mujeres africanas, con sus aterciopeladas y oscuras pieles y sus dientes de un blanco impecable, con sus hijos a sus espaldas y su afán por seguir adelante pese a todos los avatares y adversidades.

    Un canto -entusiasta y poderoso- a la naturaleza, a la libertad, a la vida. Labradas en vistosos colores también nos ofrece una espléndida muestra de sus cerámicas. Y, finalmente, una exquisitez: esos libros de autor que tan primorosa y delicadamente elabora.

    Son, cada una en su estilo, pequeñas joyas que nos revelan la personalidad de una autora que deja en cada creación un trocito de su vida y sus experiencias. Las huellas de aquella niña que soñaba en la penumbra de su habitación, cuando todos dormían, y de esta mujer, Consuelo Vallina, que mira la vida a través del arte y el arte a través de la vida.

    Una mujer que, en esta exposición, deja el pabellón bien alto, sí. Y que, en un susurro cargado de optimismo, casi como una advertencia, viene a decirnos lo mucho que aún le queda por vivir y por crear, que, en ella, es prácticamente lo mismo.

  • Jaime Luis Martín · El valor de lo manual [2010]

    17 de enero de 2010

    Las propuestas artísticas de dos creadoras formadas en la Escuela de Cerámica

    La fusión que se produce en la galería Octógono entre la obra de Consuelo Vallina y las propuestas de la ceramista Anabel Barrio se entiende como una reacción entre dos modos de concebir la creación, que da lugar a un desprendimiento de energía creativa, aprovechando una conjunción de intereses artísticos que, en estos momentos, comparten. El diálogo se entabla a niveles formales, en ciertos enredos cerámicos, en la armonía y en las pulsiones pictóricas que definen ambos trabajos.

    En el caso de Anabel, formada como perito ceramista en la Escuela Oficial de Cerámica de Manises, se inició en la técnica del «socarrat», pero derivó, muy pronto, hacia formas naturalistas y expresionistas. En sus últimos trabajos presentados al XIII Certamen «San Agustín» de cerámica se convertía en protagonista la naturaleza -flores y plantas- sobredimensionada, de fuerte cromatismo, adscripción geométrica, reminiscencias pop y connotaciones eróticas. Unas piezas de indudable frescura con las que fue seleccionada en el XXXIV Certamen Nacional de Arte de Luarca. Actualmente, en sus propuestas, con más vocación pictórica que escultórica, se entremezclan gres y esmaltes, produciendo unos contrastes de indudable interés, traspasados por los aspectos ornamentales que acompañan toda su obra.

    A Consuelo Vallina se le nota que disfruta con su trabajo. Se encuentra en un momento de plenitud, reafirmando sus creencias pictóricas, pero sin excluir ninguna experiencia, preocupada por resolver su obra y ocupada en esos pálpitos cromáticos y contemplativos que tan buenos resultados le están propiciando. Y aunque no se encuentran demasiadas referencias figurativas -salvo algún signo o incisión-, «una parte sustancial de su trabajo», señalaba Javier Hernando, «puede ser leída en clave de paisaje» porque en estas composiciones recorridas por franjas y segmentos encontramos los estratos del territorio. El color, las estructuras rítmicas y geométricas, la planitud, la materia, los signos que Alfonso Palacio relacionó, muy acertadamente, con lo tribal y africano constituyen un espacio de indudable atractivo e inclinación informalista.

    Consuelo Vallina se ha venido formando durante los últimos años en la Escuela Municipal de Cerámica de Avilés, ensayando una producción con el barro como protagonista que transita muy próxima a sus constantes pictóricas: los signos e incisiones, la adscripción al primitivismo, la tonalidad de las piezas. Y, sobre todo, mantiene ese valor por lo manual que impregna toda su obra. Los tapices de su primera etapa y el papel hecho a mano de sus trabajos posteriores, como ahora sucede con los cuencos, están impregnados de autenticidad, de ese aprecio por la materia y la tradición que, entre sus manos, se contamina de vanguardia.

  • Luis Feás · Redescubierto el placer de pintar [2009]

    Consuelo Vallina ha redescubierto el placer de pintar, no sólo de impregnar el pigmento sino de manchar, extender, opacar y velar sobre el lienzo como lo hacía en sus orígenes.

    Tras casi veinticinco años de utilizar el algodón como soporte exclusivo de sus composiciones abstractas, en plano o con volumen, pero siempre imprimiendo un fuerte condicionante que acercaba su obra a la manufactura, a la condensación matérica, a las ataduras plásticas, la curtida pintora ovetense se ha soltado y ha recuperado la alegría del lienzo en blanco, la construcción paulatina, la superposición de capas de pintura, la sensación de crear desde la nada.

    No olvida por ello lo que son sus credenciales, el uso del collage, los papeles pintados, la estructuración rítmica de innegables connotaciones étnicas y tribales, los colores vivos de enorme vitalidad…

  • Luis Feás · Vallina, retales de Colores [2009]

    La Voz de Asturias 27/03/2009

    Consuelo Vallina ha redescubierto el placer de pintar, no sólo de impregnar el pigmento sino de manchar, extender, opacar y velar sobre el lienzo como lo hacía en sus orígenes. Tras casi veinticinco años de utilizar el algodón como soporte exclusivo de sus composiciones abstractas, en plano o con volumen, pero siempre imprimiendo un fuerte condicionante que acercaba su obra a la manufactura, a la condensación matérica, a las ataduras plásticas, la curtida pintora ovetense se ha soltado y ha recuperado la alegría del lienzo en blanco, la construcción paulatina, la superposición de capas de pintura, la sensación de crear desde la nada.

    No olvida por ello lo que son sus credenciales, el uso del collage, los papeles pintados, la estructuración rítmica de innegables connotaciones étnicas y tribales, los colores vivos de enorme vitalidad, siempre dentro de una militante filiación abstracta que, además de en los cerca de veinte cuadros expuestos en la galería Gema Llamazares de Gijón, se manifiesta también en sus flamantes cerámicas, de tonos muy difíciles de conseguir y una interesante veracidad telúrica, casi primitiva, en cuencos que recogen todas sus particularidades formales

  • Juan Carlos Gea · Mapas de lo aprendido [2009]

    La Nueva España 03/2009

    No es Consuelo Vallina el tipo de artista que guste de difuminar su trabajo bajo una niebla excesiva de palabras. Y no por desprecio a la palabra, precisamente.  La pintora y presidenta de la Asociación de Artes Visuales de Asturias es mujer de curiosidades muy diversas y conversación casi vertiginosa, conforme a un carácter inquisitivo, experimentador y viajero. 

    Pero, por lo que respecta a su trabajo, se muestra más bien reservada, fuera de los comentarios estrictamente técnicos. O quizá, de algún modo, mantiene ella misma una distancia parecida a la del espectador ante la concreción final de lo que ha salido de sus manos. 

    Posiblemente eso suceda porque, de una parte, su obra sea para la propia artista la parte mejor de su conversación con el mundo; y, de otra, porque Vallina sigue asumiendo y practicando un paradigma estético en el que el máximo criterio de valor de la obra de arte reside en su capacidad para configurarse como una realidad autónoma y para sustentarse y expresarse a sí misma ante el mundo. 

    Esa especie de fe en la elocuencia plástica, que atraviesa su trayectoria, es la que confiere una vez más unidad a la variedad que enriquece Fusión, la muestra con la que la artista regresa a la sala Gema Llamazares tres años después de la última individual que colgó en Asturias.

    «Me cuesta decir por qué en determinado momento hago determinadas cosas o dejo de hacer otras: cambiar la paleta, darle más importancia a una técnica que a otra? La obra me va sorprendiendo a mí la primera. Y no es que improvise; pienso mucho sobre ella y creo que hay detrás reflexión y conceptos, pero lo que cuenta al final es el momento en que te pones a hacer; y lo que sucede en ese momento, por qué decides buscar una composición y no otra, por qué hay un color que te encantaba pero que de repente deja de interesarte, la verdad, todo eso me cuesta contarlo? contármelo a mí, la primera», confiesa la autora. 

  • Juan Carlos Gea · Un canto del hacer/un cuento del hacer [2009]

    febrero del 2009

    Recoge Mircea Eliade en su Diccionario de las religiones las cosmogonías de un grupo de pueblos africanos al que pertenecen dogones o bambaras, en las que la creación del universo se explica como el abortado despliegue de un sonido primordial: una especie de vibración monótona y contínua cuya expansión al infinito se ve interrumpida por la interferencia violenta de los dioses o los antepasados míticos. De distintos modos según las diversas mitologías, estos agentes fragmentan mediante su traumática intromisión la continuidad del sonido; la violentan, forzando en el contínuo original rupturas que explican la diversidad y la discontinuidad de lo creado. La unidad se astilla en mundo y lenguaje, y éstos resultan marcados por una suerte de estigma nativo, por cuanto sus creadores han roto el paradójico silencio sonoro de los orígenes. Los conceptos de creación y destrucción quedan, así, soldados en la ambigüedad mítica de un canto entrecortado e imperfecto que multiplica seres y palabras sobre la nostalgia de un fondo primigenio en el que se cifra, también, un criterio cósmico de perfección. En semejante constelación religiosa, vinculada indisociablemente al arte en estos pueblos, crear es, simultáneamente, destruír; y todo lo creado se mide con una perfección imposible que sólo lo increado ostenta. Todo lo cual viene a mostrar que -en contra de lo que muchos occidentales han ido a buscar a las fuentes del arte africano con ingenuidad y soberbia, cuando no con interesado simplismo-, las raíces de la creatividad de los pueblos presuntamente primitivos pueden compartir con la presuntamente sofisticada creatividad de las grandes civilizaciones una complejidad y una condición trágica que desautoriza el prejuicio de lo que podríamos llamar adanismo en la calificación de sus manifestaciones artísticas. 

    No es esto, desde luego, lo que ha buscado y busca Consuelo Vallina en el arte africano, uno de los ecos que resuena en su obra en armonía con otros ecos. Análisis previos de su trayectoria han señalado el peso que, junto a los signos y símbolos del arte africano o primitivo, tienen en ella la creatividad popular, las artesanías y las técnicas ormanentales de distintas tradiciones, muy especialmente las relacionadas con las labores femeninas, y el modo en que todo ello se diluye en el gran caudal de la abstracción contemporánea, desde sus ramificaciones geométricas, constructivas o matéricas hasta las expresionistas o místicas. Con esa personal fusión Consuelo Valllina ha logrado ser fiel a un modo de hacer que le permite conciliar una veta fuertemente espiritual y una refinada expresividad con una veta que ensalza la humildad de los materiales, la sensualidad de la materia y la dignidad de lo que se proclama como hecho a mano (y a mano de mujer). 

    En cualquier caso, el rodeo por África no persigue esta vez esclarecer unas referencias que están sobradamente esclarecidas en esta obra, sino ofrecer un contraste y una simetría para su conjunto. Desde una clara conciencia de extenuación creativa y una filosofía de la historia etnocentrista, nos hemos vuelto a menudo al arte del continente africano, y en general a los artes vagamente denominados étnicos, en busca de una supuesta autenticidad auroral, de modo que cuesta no pensar ante ese gesto en unos ancianos que intentasen renovar energías imitando gestos o juegos infantiles. Pero, como lo demuestran estas las referencias antes aludidas, estas culturas y sus respectivas manifestaciones artísticas pueden ser tan trágicas, complejas y autoconscientemente crepusculares como la nuestra. El canon ha hecho finalmente innecesarios esos intentos. No hay nada que renovar ni autenticidad a la que volver. En la presente condición posmoderna hemos asumido como un límite infranqueable que toda frescura e inmediatez son imposibles en el arte occidental de este tiempo; un arte obligado a la reflexión y a la autorreflexión, a una mediación permanente que observa con una especie de condescendencia –permítaseme: del refalfiu- toda aspiración a la espontaneidad. 

    Pues bien: en ese contexto, el caso de Consuelo Vallina ejemplifica una forma de encarar la tarea artística que, sin renunciar a la reflexión y al conocimiento no sólo de sus procedimnientos, sino también de su(s) tradición(es) y de su posición en la historia, enarbola la autenticidad y la vitalidad como principios de su poética. Más allá del coraje que supone reclamar tales postulados en mitad de los dobles y los triples fondos que socavan nuestra era de la ironía, es una postura legítima –y yo diría que hasta higiénica: lenitiva- que se nutre, en primer lugar, de una pasión incoercible por hacer y, más reflexivamente, de la vindicación un modo de enfrentarse a la creación que aspira a sacudirse algunos de los lastres, quizá terminales, que gravan hoy la creación artística occidental. 

    En este sentido, y sustentada sobre el vigor de sus cualidades plásticas, la obra de Consuelo Vallina prolonga con las piezas de esta exposición una especie de canto contínuo que viene de muy lejos. El tema de ese canto es el hacer mismo. O, más exactamente, el gozo de hacer. Un gozo que recorre y unifica toda la trayectoria de Consuelo Vallina, con independencia de técnicas y épocas, como una vibración sostenida, ininterrumpida, que en este caso, como en los mitos dogones, no se produce antes de la creación sino como consecuencia de la creación. Es en este punto donde aquellas cosmogonías quieren servir de contraste y simetría; ya que, en este caso, es la artista occidental del siglo XXI la que encarna en su obra una forma de crear exenta de toda sombra, de toda gravedad trágica, que es capaz de cargar con todo lo que viene antes, pero situándose ante la materia con la actitud de quien en ese momento parte de cero. Como si así fuese.

    Y así lo es, sin duda, en el irreductible y elusivo momento de ponerse manos a la obra. Consuelo Vallina da la impresión de pertenecer a ese tipo de artistas que, no sin pugna, han encontrado su mundo y su lenguaje y que, a partir de ese momento, se han entregado a jugar con ellos, expandiéndolos, ahondándolos, experimentando con sus combinatorias y modificaciones en una espiral creciente de aprendizajes y logros. De ese movimiento nace esta pintura anti-trágica que no se atribula ni descarta, que va sumando como testimonio de una experiencia que progresa y se desenvuelve ante los ojos del espectador con la inmediatez de lo musical o la capacidad de interpelación de los símbolos de una narración fundacional que, antes que nada más, se contase a sí misma, contase asombrada su propia génesis, fecundada por su propia posibilidad. 

    Todo eso se plasma en el que quizá sea el rasgo que mejor encarna el programa artístico de Consuelo Vallina: su inclusividad; una constancia abarcante y generosa que, precisamente porque cada etapa de su trabajo ha brotado de fuentes tan laboriosamente prospectadas como transparentes, no desecha nada de lo aprendido. Y además lo muestra; lo hace presente en cada ocasión con tanta fuerza como humildad, fundamentando la permanente frescura de esta obra. En la que ahora expone, y según ese principio de no-renuncia a cada conquista técnica y estética, se acumulan los valores del color como vibración pura y como armonía cromática; la importancia de la textura y la materia que abren lo visual a la dimensión de lo táctil; los repertorios de signos y figuras dibujados, esgrafiados o construidos, con una misma atención a sus cualidades decorativas y simbólicas. Y, sustentando todo esto, un sentido de lo estructural que convierte el cuadro en un territorio a menudo parcelado, en el que cada área rescata, organiza y armoniza los hallazgos de una etapa de la trayectoria de la artista, componiendo los fragmentos en un orden mayor, pero sin sofocar su diferencia. 

    Junto a las nuevas combinatorias de los elementos habituales en su obra, Consuelo Vallina aporta a esta vez un nuevo registro en su particular canto y cuento del hacer. Era cuestión de tiempo que su sensibilidad se interesase en la cerámica, y así lo ha hecho finalmente. La muestra de esa nueva faceta creativa es una breve serie de piezas en forma de cuenco en las que se evidencia, como es habitual en la artista, la exhibición desenvuelta de su interés por lo artesanal e incluso lo decorativo entreverada con una sensibilidad hacia la naturaleza que -en clave de lo sublime-, desvela lo que una obra humana puede tener también de manifestación natural. En este caso, en concreto, de acontecimiento casi geológico, azarosamente eruptivo, acontecido, ya fuera del control humano, al contacto de los elementos químicos con el fuego del horno.

    Todo este conjunto dibuja, en resumen, una forma de cumplir la prescripción moderna -y posmoderna- de clarificar y arrastrar con uno la propia tradición, pero sobrellevándola con una ligereza casi auroral. A pesar de lo que acumula en términos de filiación histórica y de aprendizaje personal, de hallazgo y de reflexión, Consuelo Vallina es capaz de exhibirlo todo ello con levedad y una suerte de alegría contagiosa, desprovista de toda tribulación o ironía. Desde su irreductible autonomía plástica, esta obra invita cada vez más a absorberla como un gran relato visual o una gran canción a muchas voces que va creciendo en espiral y que, a diferencia de las cosmogonías con las que se abría este texto, no hace añicos ninguna unidad, sino que avanza hacia ella –no importa si es sólo ideal o postulada- desde la multiplicidad de sus formas. En ese proceso con diferencias, pero sin fracturas, la narración y la música que nos cuenta y canta se enriquecen cada vez más, como si -siempre como si- el mundo y el lenguaje plástico que se resuenan en ellas, estuviesen, a pesar de todo, sonando por primera vez.

  • Javier Hernando Carrasco - Los estratos de la pintura [2009]

    2009

    La trayectoria creativa de Consuelo Vallina deja traslucir la persistencia de determinados recursos formales en su obra: el protagonismo del plano cromático, de los valores texturales y de los signos, así como la tendencia a establecer composiciones basadas en elevados grados de orden; recursos que no hacen sino encarnar en términos formales la sensibilidad de su autora. De manera que la contundencia cromático-compositiva y una indudable tendencia a erigir espacios contemplativos dominan una propuesta plástica sostenida en el tiempo, ya que el universo plástico construido hace muchos años continúa teniendo vigencia para ella. Podría decirse que, como en cualquier universo, incluso en los apaciguados como éste, las transformaciones son un hecho, si bien su carácter propicia que aquéllas sean siempre sutiles, a veces casi imperceptibles.

    Una parte substancial de su trabajo puede ser leído en clave de paisaje; algo que sin duda tuvo su anclaje en su obra de los primeros años ochenta, materializada en tapices. En aquéllos la superficie estaba compuesta por superposiciones de segmentos con frecuencia cuadrangulares y rectangulares que definían horizontes genéricos imbricados, de manera que no resultaba difícil imaginar enclaves naturales reducidos, por mor de la capacidad creativa de la autora, a una trama sintética de líneas, a una estructura topográfica extremadamente esencial. La sustitución de la lana como soporte y material de expresión plástica por el lienzo, el papel y la pintura, no supusieron cambios drásticos en el concepto y definición final de sus obras, como evidencia la tendencia a la planitud, a la superposición de segmentos cromáticos y también a la verticalidad presentes en su producción posterior. Así Consuelo Vallina confirmaba su inequívoco interés por una pintura contemplativa en la mejor de las tradiciones de aquella vertiente informalista desarrollada desde finales de los años cincuenta tanto en Norteamérica como en Europa.

    Desde hace unos años las superficies de sus pinturas han incrementado su planitud sobre todo por la intensificación de unos fondos monocromos muy uniformes pero en los que nunca llega a estar ausente un pálpito sutil. A partir de ellos establece la relación tradicional entre figura y fondo, estando la primera constituida por estructuras geométricas levemente asistemáticas, así como por signos que como bien ha señalado Alfonso Palacio tienen un inequívoco aroma africano (“Hacia una poética de lo sensible”, en Catálogo de la Exposición Consuelo Vallina, Galleria Venezia Viva y Consejería de Cultura del Principado de Asturias, 2005) . En este sentido las composiciones sistemáticas, connotadas con aquellos elementos icónicos, tienen un punto de contacto con las de la pintora marroquí, instalada desde hace décadas en España, Soah Lachiri, pero también con las de Teresa Lanceta, artista esta última que, al igual que Consuelo Vallina, se ha sumergido con intensidad en el ámbito del arte textil. Los trabajos de las tres artistas están impregnadas por tanto de un cierto africanismo, tanto por la presencia de unos signos que en todos los casos no pretenden tener un carácter semántico sino gestual, como por ese cromatismo vibrante y esas divisiones en franjas que recuerdan a las alfombras norteafricanas. De manera que se produce una transferencia natural entre arte textil y pictórico, así como entre las maneras compositivas de uno y otro medio.

    La obra reciente de Consuelo Vallina no renuncia a la base descrita, si acaso refuerza el carácter austero de los espacios mediante el énfasis en la planitud y en la simplificación de los elementos que fluctúan sobre ellos. Además hay un decrecimiento de la densidad pictórica de los campos de color que precedentemente exhalaban un considerable vigor matérico, como si se tratase de muros sobre los que se han ido superponiendo capas sucesivas no ya de pintura sino de materia sólida: tierras o yesos. También en este aspecto dichas superficies podrían asociarse a lo africano, ahora a los paramentos de los muros de adobe cuya rugosidad propicia una sensación de elegante aspereza, como la de estas pinturas. En la obra reciente, como digo, aparece notablemente paliado ese relieve granuloso. El resultado son unas composiciones que se aproximan a la sensiblidad del gran Joan Hernández-Pijoán, tanto en la manera de componer el conjunto como en el tratamiento de los campos de color. Pienso, por ejemplo, en ese espacio amarillo sobre cuyo eje superior desciende un vector asimismo amarillo, aunque de una tonalidad más intensa, y en cuyo interior dos pequeños cuadrados rompen la uniformidad de la cuña al estar cubiertos por una masa atmosférica que introduce un notable y sin embargo homogéneo contraste con el segmento en el que se inserta. En otros el fondo cromático uniforme deja que sobre su centro se deslicen las formas, siempre esencialmente ordenadas. Entonces se tiene la sensación de que la autora hubiese aproximado su mirada, pero también su cuerpo, hasta situarse a pocos centímetros de una hipotética pared para trazar sobre la misma alguna de aquellas pequeñas tramas, casi siempre abstractas, a veces con formas alusivas al mundo vegetal. El relieve y también las formas incisas mantienen su presencia en algunas obras, generando un contraste elegante al recortarse sobre los siempre límpidos fondos. Lo orgánico y lo orgánico, la abstracción y la figuración, el relieve y lo plano, establecen un permanente contraste, una cohabitación que se evidencia tan natural como pertinente.

    Pero volvamos a la idea suscitada más arriba: la del paisaje. Han sido numerosos los pintores que interesados en la representación de la naturaleza y al mismo tiempo en la exploración de los valores específicamente plásticos de la pintura han terminado por confeccionar unas imágenes que parecen retratar más la estructura geomorfológica del lugar que su topografía, más las entrañas de la tierra que su superficie. Serían los casos de los castellanos Juan Manuel Díaz Caneja y Félix Cuadrado Lomas, o del asturiano José Manuel Núñez. Muchas de las obras recientes de Consuelo Vallina propician, como la de aquéllos, una lectura peculiar del paisaje. Naturalmente en su caso no hay intención de representar determinados espacios reales, pero la penetración de esas verdaderas cuñas en las entrañas de los campos cromáticos permite derivar nuestra imaginación por aquellos derroteros. Porque estas composiciones radicalmente planas transitadas por franjas o por segmentos que parecen el resultado de un acoplamiento certero, tienden a definir cortes en el terreno, unas veces, representaciones sobre muros formadas por signos crípticos otras. En cualquier caso hay una indudable aproximación a unos espacios abiertos en los que el hombre plasma sensaciones y sentimientos a través de signos cuyo significado no siempre es fácil de desvelar. Pienso que a la artista debe preocuparle poco la semántica de aquellos referentes sígnicos que se hallan en mayor o menor medida detrás de los de sus obras. Más bien le atrae la rotundidad y eficacia plástica de los mismos, ese aspecto de ornamento que con frecuencia poseen, traspasado asimismo a sus obras.

    Si convenimos en que la inspiración africana atraviesa la poética de Consuelo Vallina, valoraremos esa huella aborigen como una certera aproximación a la naturaleza, en la medida en que para quienes han vivido tan cercanos a la misma, no hay gran diferencia entre el propio espacio natural y las creaciones realizadas por ellos, bien sean estructuras arquitectónicas u objetos de uso. Todo está vinculado a lo natural en las culturas aborígenes, no hay escisión propiamente dicha entre el hombre y la naturaleza, como desearon infructuosamente los poetas románticos. Hoy la realidad de aquellas culturas es sólo un eco que se proyecta en nuestro tiempo como sombras desvaídas. Recordemos de que modo ese mismo influjo resultó decisivo en las producciones iniciales de los artistas norteamericanos del expresionismo abstracto o de nuestro informalismo; el caso de Manolo Millares fue particularmente relevante a este respecto. La obra de Consuelo Vallina revela, con diferentes intensidades, ese trasfondo primitivo, esa expresión franca, directa, certera de las excelencias de la geometría y el color, de los horizontes de una naturaleza que no necesita encarnarse en representaciones ni siquiera aproximadas a su imagen real para hacernos sentir su elocuencia. Sin renunciar al protagonismo de la pintura, la artista teje una trama invisible en la que la materia, el color y el ornamento aborígenes se instalan en el marco de la pintura, contribuyendo a su constitución sin disolver al propio tiempo su presencia en la misma. El resultado podría definirse como un acoplamiento de unidades plásticas que culminan en la conformación de un estrato de formas; toda una metáfora de la propia estructura del paisaje. Estratos del territorio geográfico que aquí se convierten en los estratos de la pintura.

  • Luis Feás · Luces y formas de Consuelo Vallina [2006]

    La Voz de Asturias 20/01/2006

    Consuelo Vallina hace una pintura de luces sin sombras, protagonizada por intensos colores impregnados sobre algodón teñido que la vuelven perfectamente reconocible, dentro de una abstracción lírica y sensible que, no por casualidad, ha sido hecha por una mujer libre y reivindicativa, una de las pioneras en Asturias de la abstracción femenina, es decir, realizada por féminas, que nadie piense otra cosa. 

    Consuelo Vallina comenzó a destacar a principios de los ochenta haciendo tapices que, por las propias inquietudes de la artista y su afán de investigación, eran casi pinturas o en ocasiones adquirían un aspecto casi escultórico o tridimensional, según fueran presentados.

    A la artista ovetense siempre le ha gustado moverse en la frontera, en el borde, en el estrecho territorio que separa lo artesanal de lo creativo, lo que siempre se ha considerado artístico de lo que parece más bien decorativo o reservado al ámbito de lo femenino, pues es ahí, en el dobladillo, donde encuentra la tela con la que urde su trabajo, el tejido de ideas del que entresaca su obra, el hilo fino del que tirando extrae un ovillo impoluto.

    En la obra de Consuelo Vallina no importa tanto lo que se dice como la forma en que se dice, que en los últimos años parece haberse decantado definitivamente hacia lo pictórico, con una dicción muy particular. Ella misma se prepara los soportes rugosos de fibra de algodón, que tiñe con llamativos pigmentos violetas, granates, naranjas o amarillos que le sirven para estructurar campos de color sobre los que trabajar.

    Al principio los colores quedaban simplemente expuestos, sin más, pero ahora la artista ha empezado a entretejer sobre ellos signos enigmáticos que constituyen la principal novedad de su obra reciente, que es la que se muestra en estos días en la galería Gema Llamazares de Gijón tras haber pasado el año anterior por la galería italiana Venezia Viva. Son como recuerdos de África, traídos a colación pertinentemente por una artista curiosa, viajera, que hunde sus raíces en Asturias pero expande sus ramas a todo el mundo.

    Pattern Painting

    Como escribe Whitney Chadwick, el feminismo en las artes brotó en los movimientos feministas contemporáneos, es decir, de los últimos treinta y cinco años. Sus primeras investigaciones estaban estrechamente ligadas a la metodología social y política del feminismo, por lo que los primeros análisis centraron una nueva atención en la obra de notables mujeres artistas y en su relación con la elaboración por parte de las mujeres de productos domésticos y utilitarios.

    Así mismo revelaron la manera negativa en que las mujeres y sus producciones han sido presentadas en relación con la creatividad y la alta cultura: demostraron que las oposiciones binarias del pensamiento patriarcal, hombre/mujer, naturaleza/cultura, análisis/intuición, se han ido aplicando una por una a la historia del arte, y se han utilizado para reforzar las diferencias sexuales o de género como base de las valoraciones estéticas.

    Las cualidades tradicionalmente asociadas a lo femenino, como lo decorativo, lo precioso o lo sentimental, han servido para ofrecer, por oposición, el rasero con que medir el arte elevado, es decir, masculino. Sin embargo, hace ya tiempo que nos hemos salido de esa trampa dialéctica y afortunadamente ya son apreciados desde hace tiempo los trabajos de la feminidad, que han sido justamente reivindicados en el único campo que podría considerarse objetivo, como es el artístico. 

    Los críticos han señalado con acierto la relación de la obra de Consuelo Vallina con la corriente surgida a finales de los años setenta que se bautizó con el nombre de pattern painting, integrada por mujeres que apostaron decididamente por lo ornamental y se propusieron la recuperación de elementos decorativos de carácter popular, como los quimonos japoneses, los azulejos mejicanos, la cerámica oriental o los motivos africanos.

  • Rubén Suárez · Consuelo Vallina, una armónica sonoridad del color [2006]

    La Nueva España 02/2006

    A mediados de los años setenta, surgió en Nueva York una de las muchas minitendencias a las que dio lugar el eclecticismo imperante, bastantes ellas referidas a la condición femenina, y que fue llamada Pattern-Painting o Patern Decoración, un estilo pictórico inspirado en las técnicas, motivos y formas decorativas de civilizaciones de tradición artesana popular realizadas sobre tejidos y caracterizados por la intensidad y exuberancia del color y la complejidad del dibujo, de inspiración floral, o a menudo abstracto, islámico, celtas, hindú, etcétera. Quiso ser una reivindicación de lo decorativo tradicional en el arte contemporáneo y a menudo se significaba por la reiteración del dibujo, de ahí el “pattern” patrón, estructura de repetición. A primera vista podría tener uno la tentación de adscribir la obra de Consuelo Vallina a dicha tendencia, por los signos y el color de su obra, y con mas razón si recordamos los trabajos que la situaron entre las artistas españolas que utilizaban materias textiles en el diseño y creación de tapices, su dedicación a la investigación sobre teñidos y manipulación de soportes en la búsqueda de valores texturales y que, aún ahora, realiza sus pinturas son fibra de algodón.

    Sin embargo, ya advertía en la exposición que realizó en el Museo Evaristo Valle de Gijón en 1997, que Consuelo Vallina había decidido dar todo el protagonismo de su obra a la pintura como tal, a los valores del color y la forma sobre la materia. Y ahora podemos comprobar que, definitivamente, esta obra se sitúa más en relación con tendencias como el fauvismo matissiano o el expresionismo abstracto que con las populares artes folk artesanales. De hecho, y aunque no tengan con ellos un parecido real, los dibujos de Consuelo Vallina nos pueden recordar los motivos de Matisse en los manteles de sus bodegones, la blusa rumana o los pantalones rojos de su odalisca, antes que de algún bordado oriental. Pero lo que proporciona a la obra su entidad pictórica es la distribución de los campos de color. Sus relaciones son las que proporcionan la medida del espacio y deciden la composición, por debajo de los acentos gráficos, esos signos que dan algunas de estas pinturas aspecto como de fragmentos de antiguas arquitecturas. Es el color el protagonista final de esta exposición, los colores que parecen acordar su sonoridad ambiental, pese a ser muy diversos. Y como el color es hijo de la luz, tiene mucho sentido que sea precisamente “Luces” el título de la muestra.

  • Eleanor Kennelly · The Washington Times [2004]

    SÁBADO, 1 DE ENERO DE 2011

    SÁNDALO EN LA MEMORIA

    La mujer de ahora, tiempo atrás, era una niña imaginativa que recibía abanicos de regalo por parte de aquellos familiares que, como tantos de nuestros antepasados, se habían ido a buscar la vida a Cuba. Eran abanicos delicados, de diferentes tamaños y colores, siempre con las sensuales reminiscencias y el dulce olor del sándalo, que ella conservaba como preciados y delicados tesoros en un lugar secreto de su cuarto.

    Me imagino a aquella niña, en la penumbra de su habitación, cuando todos dormían, sacando aquellos abanicos de aquel rincón secreto, acariciando su fina textura, abanicándose suavemente y soñando bien despierta con (casi) todas las posibilidades que le ofrecería el mundo.

    La niña fue creciendo y se convirtió en una mujer entusiasta por el arte, estudiosa, trabajadora y creativa, muy creativa. Se libró de ciertas ataduras que, entonces, en este país, aún impedían a las mujeres desarrollarse plenamente como personas y como artistas.

    Y viajó por todo el mundo, siendo muy consciente de que eso, viajar, conocer otras formas de vida, otras tierras, otros cielos, otros olores y otras culturas, es lo más importante para la creatividad y para ser una persona abierta de mente, comprensiva con el otro, cercana y afable.

    Muchos de esos viajes quedaron, como es lógico, plasmados en su extensa obra. Una obra que, como toda buena creación, ha ido evolucionando, renovándose, pero siempre manteniendo el espíritu fiel de quien tiene un mundo propio, variado y riquísimo. Un mundo colorista labrado con el talento innato y con las muchas horas de esfuerzo, dedicación, estudio y trabajo. Que las musas siempre te pillen trabajando, como decía lúcidamente aquel poeta.

    Ahora, esa mujer, Consuelo Vallina, nos presenta algunos de sus últimos trabajos. Una serie de bellísimas linografías con el recuerdo de aquellas formas orientales que estaban estampadas en aquellos abanicos que recibía de la lejana Cuba, siendo aún una niña, entremezclados con esos otros recuerdos -vivísimos- de aquellos viajes por África, siempre tan presentes en toda su obra.

    Paseando por una sala con las obras de Consuelo Vallina, el espectador primero experimenta una sensación de tranquilidad, pero mas adelante siente tensión. Al principio desarma: sombras armoniosas de lugares cálidos y gratos, relajan la vista e hipnotizan la mente. Sombras de coral, marrones (terra cotta) y color orquídea, abren los sentidos como pensamientos que inspira un bosque junto a la mar alimentada por una corriente de agua subterránea

    Después viene el reto: mientras nadamos placenteramente por los tonos del fondo, la mente se clava en el gesto, la línea, el corte que marca cada pieza. La rotura curvilínea que significa expansión, invariablemente un significado ricamente manchado en tinta el cual se empapa anhelantemente rectángulos esponjosos de papel.

    Las siguientes diferencias entre las piezas que están compuestas en gran medida por los mismos tonos y elementos visuales se convierten en un comentario de la construcción del significado. El significado se construye en una lengua a través de la unidad de la palabra, en la música se construye a través del lenguaje del sonio, de la nota. En el caso de la obra de Consuelo Vallina, a través de la unidad de estas piezas autoexpresivas que adquieren nueva significación, en esta exposición intensamente sofisticada en la Galería Alex, de Washington.

    Tomadas en conjunto estas obras de arte que al principio aparentasen ser de índole decorativa, se interpretan como una conversación sofisticada… La pregunta es que hace que la muestra tranquila se convierta en inquietante

  • Juan Benito Argüelles · El lenguaje de una pintora [2000]

    14 de diciembre del año 2000

    Conocí a Consuelo Vallina, allá por los sesenta, en la Alianza Francesa donde solíamos coincidir. Donde entonces, de su personalidad destacaría la serenidad como el rasgo fundamental de su carácter. La veía esporádicamente, en galerías de arte o actos culturales, y siempre me confirmaba en la idea que me había formado de ella.

    Hace días fui a su estudio, seguro de que habría de encontrarme con un trabajo serie que iba a merecer la pena contemplar. No me equivoqué. Empezaré señalando la impresión que me produjo su hermosa casa. Situada sobre la ladera de una colina de las que rodean Oviedo, es un belvedere que domina la ciudad. Ya en su estudio, la armonía y el gusto artístico de Consuelo lo presiden todo.

    Cuando extendió ante mí su obra, con la sencillez de un ritual, sentí una emoción que me era conocida. Venía de atrás de una época pasada, cuando había visto en Caja Asturias y el Museo de Bellas Artes, sus tapices . En esta técnica fue pionera, logrando piezas muy hermosas con materiales que ella misma preparaba para lograr los efectos perseguidos. Transformando la idea del tapiz, logró ejemplos que enlazaban con el campo de la escultura.

    Superada esta etapa, Consuelo pasa a elaborar los soportes de papel granulado que será parte sustancial de su pintura. Plasmado con espontaneidad y rapidez de ejecución, deja que el color exprese su mundo interior. El control del rojo y del naranja y su sabia escala de tonos informarán su obra, asociándola con una secuencia musical. La pintora señorea su paleta instalándose en una graduación cromática que transmite serenidad y plenitud y una abstracción lírica en la cual la lucidez deja poco espacio al misterio. Hay en esta pintura una identificación con lo asimétrico, un despojamiento de la geometría. En su pintura está presente el transito, a través de la lucha, de lo dionisíaco a lo apolíneo, donde su serenidad se instala, transcendiendo su obra y su vida. Con cartesiana visión del mundo, su trabajo refleja una valoración esencialista de las cosas. La pintura es para Consuelo una aventura espiritual de un lenguaje que se introduce y presenta sencillamente a si mismo y con el que el espectador –sin más lecturas- se identifica inevitablemente ¡Misterio de lo poético!

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